2025, El año en que la Tauromaquia se miró al espejo

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El año 2025 se cierra como uno de esos ejercicios que no admiten tibieza. Para la tauromaquia y para quienes entendemos la cultura como un espacio de libertad y no de imposición ha sido un año de confrontación, de memoria y, sobre todo, de reafirmación. Un año en el que el toreo se ha visto obligado a mirarse al espejo y responder, una vez más, por qué sigue latiendo.

No ha sido un año cómodo. Tampoco lo pretendía. Desde el ámbito político, los ataques han vuelto a organizarse con forma de iniciativa legislativa, de censura encubierta y de desprecio institucional. La reactivación del frente antitaurino mediante una ILP para derogar la protección legal de la tauromaquia no ha sido un gesto aislado, sino la confirmación de una estrategia ideológica que no busca dialogar, sino borrar. Frente a los argumentos culturales, históricos y económicos, se ha respondido con sectarismo y consignas. Frente a la pluralidad, con exclusión.

Y, sin embargo, 2025 también ha sido el año en que esa ofensiva ha encontrado una respuesta clara, la de una sociedad civil que no está dispuesta a entregar su legado sin dar la batalla cultural. Las más de 700.000 firmas antitaurinas han tenido enfrente una realidad mucho más profunda y menos manipulable, plazas llenas, actos culturales abarrotados, generaciones jóvenes que se acercan al toro desde la cultura y no desde el prejuicio, y una red de profesionales, aficionados e instituciones que no se resignan.

El regreso del Premio Nacional de Tauromaquia ha simbolizado mejor que nada esa victoria moral. No se trataba solo de recuperar un galardón, sino de restaurar una verdad, que la tauromaquia forma parte del patrimonio cultural español y que ningún gobierno tiene legitimidad para silenciarla por razones ideológicas. Ese premio ha vuelto como vuelven las cosas que tienen raíces: sin estridencias, pero con firmeza.

2025 ha sido también un año de memoria. Se han cumplido cien años de la muerte de “Mancheguito”, primer matador de toros que vio nacer Albacete, recordándonos que el toreo no es solo presente ni espectáculo, sino una cadena de nombres, gestos y sacrificios que nos han traído hasta aquí. Mirar atrás no ha sido nostalgia, sino conciencia histórica. Lo mismo ha ocurrido al evocar a figuras eternas como Rafael “El Gallo”, Joselito, Dámaso González o Sánchez Mejías, cuyo desprecio institucional ha revelado hasta qué punto algunos confunden modernidad con amnesia.

Pero si algo ha definido este año ha sido el pulso cultural. Frente al ruido político, la tauromaquia ha respondido con cultura. Y ahí, Albacete ha jugado un papel protagonista. La II Semana Taurino-Cultural no solo ha consolidado un modelo, sino que ha demostrado que el toro puede y debe ocupar el centro del debate cultural contemporáneo, en la poesía, en la música, en el pensamiento, en la gastronomía, en la reflexión sobre la mujer taurina, en el reconocimiento a ganaderos y profesionales, en el diálogo intergeneracional.

Cerca de mil personas participaron en una semana que ya forma parte de la historia cultural de la ciudad. No fue un acto de resistencia, sino de afirmación. Albacete no pidió permiso para ser capital cultural del toreo, ejerció como tal. Y lo hizo con naturalidad, con rigor y con una emoción que desbordó teatros, salas y conciencias.

El reconocimiento a Enrique Ponce en su despedida albaceteña, al equipo de retransmisiones taurinas de CMMedia, a figuras como Samuel Flores o Sebastián Cortés, y la incorporación de nuevos espacios de reflexión y comunicación han confirmado algo esencial, la tauromaquia no vive anclada en el pasado, sino dialogando con su tiempo.

También ha sido un año de palabra escrita. Artículos, columnas y libros han servido para combatir la censura del desconocimiento. Porque 2025 ha dejado claro que el mayor enemigo del toreo no es la crítica honesta, sino la ignorancia organizada. Por eso ha sido necesario escribir, explicar, argumentar y recordar que no se mata lo que es arte, que la cultura no se deroga por decreto y que la libertad no admite tutelas morales.

Mientras algunos países, como Colombia, se rendían a la censura disfrazada de progreso, España vivía un debate que, aunque áspero, ha tenido una virtud, ha puesto a la tauromaquia en el centro de la conversación cultural. Y eso, lejos de debilitarla, la ha fortalecido.

2025 termina con desafíos intactos, pero también con certezas. La tauromaquia sigue viva porque sigue teniendo sentido. Porque emociona, porque crea, porque une generaciones y porque representa una forma de entender la cultura desde la libertad. Quienes han querido enterrarla han vuelto a comprobar que el toro siempre embiste hacia adelante.

El año que se va no ha sido fácil. Pero ha sido necesario. Y deja una lección clara para el que viene, la tauromaquia no pide privilegios, exige respeto. Y mientras haya verdad, arte y memoria, seguirá latiendo.

Y si 2025 deja una imagen imborrable, es la de Morante de la Puebla marcando el último compás de una época. Ha sido un año grande, intenso y profundo, en el que su toreo, frágil y eterno a la vez, nos ha recordado que el arte verdadero no se mide por estadísticas, sino por huella. Su despedida, lejos del estruendo, ha sido una lección de autenticidad: la de quien se va habiendo dicho todo en la plaza. Morante no cierra una carrera, cierra un ciclo histórico del toreo, dejando abierta una herencia estética y moral que ya pertenece a la cultura española.

Que 2026 llegue con menos prejuicios y más cultura, con menos imposición y más libertad, con más diálogo y menos consignas. Que sea un año en el que la tauromaquia siga demostrando, sin pedir permiso, que es arte, identidad y verdad. Porque mientras haya memoria, emoción y respeto por nuestra historia, el toreo seguirá teniendo futuro. Y en ese camino, que el nuevo año nos encuentre unidos, conscientes y orgullosos de lo que somos.

Antonio Martínez Iniesta – Coordinador Capítulo de Albacete

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