Cincuenta años después de la salida de España de la zona, el conflicto del Sáhara Occidental sigue sin resolverse, a pesar de los intentos diplomáticos fallidos. La ONU, a través de su enviado Staffan de Mistura, ha expresado su frustración, sugiriendo la posibilidad de renunciar a su rol si no se logran avances significativos. La situación se complica aún más con el regreso de Donald Trump a la política estadounidense, quien en 2020 reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, lo que propició un cambio en la dinámica de apoyo internacional a Rabat. Este contexto ha traído a la superficie el histórico respaldo del presidente español, Pedro Sánchez, al plan de autonomía marroquí, un gesto que ha generado tensiones internas y que ha dejado al Frente Polisario más alejado de su aspiración a la autodeterminación.
Las negociaciones entre Marruecos y el Polisario están estancadas, y mientras Marruecos sigue sumando apoyos internacionales -recientemente de Francia- el anhelo del pueblo saharaui por la autodeterminación se ve cada vez más distante. La propuesta inicial de un referéndum ha sido prácticamente descartada debido a la complejidad de la situación sobre el terreno y la reanudación de hostilidades tras la ruptura del alto el fuego en 2020. Aunque algunos expertos sugieren que una posible partición del territorio podría ofrecer una solución viable, la disposición de Marruecos a negociar parece remota, especialmente en un contexto en el que se siente fortalecido por su control efectivo del área. La comunidad internacional, especialmente Estados Unidos y Europa, aún podría jugar un papel crucial, pero las probabilidades de una implicación sostenida se ven afectadas por el reciente clima político y la falta de voluntad para enfrentar este complicado conflicto.
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