Cada 10 de noviembre, se conmemora el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, una oportunidad para reflexionar sobre cómo la ciencia puede contribuir a un mundo más justo, pacífico y sostenible. A lo largo de la historia, los científicos han demostrado una capacidad excepcional para colaborar más allá de fronteras geográficas y políticas, creando un lenguaje común que derriba barreras. Desde proyectos de investigación en el CERN hasta los estudios sobre el genoma humano, la ciencia se convierte en un vehículo para mejorar la calidad de vida en todo el mundo, promoviendo valores fundamentales como la curiosidad, la cooperación y el respeto por diversas culturas.
La importancia de la educación científica se hace evidente al formar a las nuevas generaciones en el uso responsable del conocimiento. Al cultivarse un sentido de responsabilidad hacia el medio ambiente y las injusticias sociales, se genera una conciencia colectiva que debe guiarnos en la utilización de recursos científicos, desde la sostenibilidad energética hasta la tecnología de la información. En este contexto, la diplomacia científica emerge como un factor clave en el avance del conocimiento, recordándonos que la ciencia pertenece a toda la humanidad, y que nuestras acciones hoy influirán en el futuro de las generaciones venideras. En este Día Internacional, es fundamental dedicar unos momentos a considerar cómo cada uno de nosotros puede participar en la construcción de un futuro en el que la ciencia y la educación estén al servicio del desarrollo humano y del bienestar global.
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