Dos días después del devastador terremoto de magnitud 7.7 en Birmania, que ha dejado un saldo de al menos 1,700 muertes, la situación se complica con numerosas réplicas y daños significativos en infraestructuras clave. La ciudad de Mandalay, una de las más afectadas, ha visto su aeropuerto cerrado y las rutas de acceso en ruinas, dificultando la llegada de ayuda. Testimonios de residentes describen un escenario de pánico y destrucción, con viviendas inclinadas y la mayoría de la población durmiendo a la intemperie por miedo a regresar a sus casas. La junta militar de Birmania ha confirmado hasta ahora un total de 1,644 muertes y miles de heridos, mientras se reporta un estado de emergencia en varias regiones, incluida Mandalay.
La localidad de Sagaing, también muy cercana al epicentro del terremoto, enfrenta una situación aún más incierta, con informes que indican que alrededor del 70% de la ciudad ha sido devastada. El esfuerzo de rescate se complica por la continua violencia en la región, donde grupos armados se enfrentan a las fuerzas militares. Mientras tanto, equipos de rescate de varios países se han sumado a las labores de ayuda, aunque las iniciativas están limitadas por la escasez de suministros médicos y logística dificultada. En Bangkok, que también sintió el temblor, las operaciones de rescate continúan tras el colapso de una torre en construcción, donde tres decenas de personas permanecen atrapadas entre los escombros.
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