Washington Irving se erige como el principal embajador de la Alhambra, cuya relevancia ha perdurado a lo largo del tiempo. Aunque el famoso palacio nazarí de Granada había sido cuidado en sus inicios por nobles como el conde de Tendilla y el emperador Carlos, para el momento en que Irving llegó en 1829, la fortaleza presentaba un estado lamentable, sufriendo años de abandono y maltrato, en especial tras la invasión francesa de 1812. Las explosiones que casi la destruyen fueron evitadas por la valentía de un soldado español. Al llegar, Irving y su compañero ruso encontraron la Alhambra ocupada por vagabundos y en condiciones de descuido; no obstante, su belleza latente lo cautivó, lo que lo llevó a buscar refugio y a forjar lazos con la nobleza local.
Irving no solo se dedicó a disfrutar del esplendor de la Alhambra, sino que también aprovechó su estancia para producir obras esenciales que consolidarían su legado literario. Su recopilación de relatos, «Cuentos de la Alhambra», y sus ensayos sobre la conquista de Granada, reflejan su profunda conexión con el lugar. A pesar de su trabajo como embajador de Estados Unidos en España, siempre mostró un interés constante en preservar la Alhambra. La influencia de sus escritos y su dedicación al patrimonio cultural de Granada han dejado una huella imborrable, evidenciada en estatuas y rutas turísticas que aún celebran su compromiso perdurable con este emblemático monumento.
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