El término «genocidio» ha vuelto a ocupar un lugar central en el debate público y académico, especialmente en el contexto de crisis globales como la invasión rusa de Ucrania y la ofensiva israelí en Gaza. Originalmente acuñado en la década de 1940 por el jurista Raphael Lemkin, el concepto busca describir la intención de destruir, total o parcialmente, a grupos nacionales, étnicos, raciales o religiosos. A pesar de ser una categoría reconocida por la Asamblea General de la ONU y respaldada por más de 150 países mediante la Convención de 1948, su aplicación en la práctica sigue generando controversias, dada la dificultad de probar tanto la acción como la intención genocida.
La complejidad del término se ha evidenciado en casos recientes, como la represión militar de las Fuerzas Armadas birmanas contra la comunidad rohinyá, y las acusaciones de genocidio a Israel. Estas situaciones han llevado a que organismos internacionales, como la Corte Internacional de Justicia, evalúen la gravedad de las acciones y la posible violación de convenios internacionales. En este contexto, líderes como el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, han elevado acusaciones de genocidio, reavivando un debate crítico sobre la responsabilidad internacional y el respeto a los derechos humanos, especialmente en Europa, donde se evalúa la relación con el gobierno israelí en función de su cumplimiento de obligaciones de derechos humanos.
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