Mario Vargas Llosa, figura emblemática de la literatura hispanoamericana, falleció el pasado lunes, dejando un vacío irreparable en el mundo de las letras. Conocido por su estilo minucioso y experimental, el escritor peruano brilló desde mediados del siglo XX, conquistando a millones de lectores con obras maestras como La ciudad y los perros, La tía Julia y el escribidor y La guerra del fin de mundo. Vargas Llosa no solo se destacó por su selección de temas y una narrativa preciosista, sino que también exploró la complejidad de la realidad social y política a través de una visión crítica y siempre innovadora. Su muerte ha desencadenado un luto profundo en la comunidad literaria en todo el mundo, que reconoce su influencia y aportes fundamentales al lenguaje y la narrativa en español.
A lo largo de su carrera, Vargas Llosa desafió convenciones y se sumó al fenómeno del boom literario latinoamericano, donde fue contemporáneo de escritores de renombre como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar. A partir de la década de los 70, su obra se diversificó, abarcando diferentes géneros que le permitieron jugar con la narrativa. Desde el realismo hasta el thriller, su escritura siempre mantuvo una sobriedad y precisión que lo diferenciaron de otros autores de su época. Influenciado en parte por William Faulkner y Gustave Flaubert, su prosa se convirtió en un arte elaborado que retrataba no solo su vida y su entorno, sino también las complejidades de la sociedad peruana, especialmente su amada Lima, que se convirtió en un escenario recurrente en sus relatos.
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